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Un profesor de la universidad confiesa en clase que tiene ELA y la reacción de sus alumnos no la esperaba

La Linterna cuenta la historia de Javier, uno de esos profesores universitarios que “dejan huella” y cuya enfermedad le ha devuelto todo el bien que ha hecho a lo largo de su vida.

Seguro que en tu vida se ha cruzado un profesor, un maestro, que te ha marcado para siempre. Imagínate que, ahora, años después, ese maestro te necesite para lo más elemental de la vida. Ángel Expósito ha contado en La Linterna la historia de Javier García de Jalón.

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Javier era de esos profesores universitarios que, como dicen sus alumnos, “dejan huella”. Un docente dedicado y querido al que en 2016 le diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica, ELA. Una enfermedad que padecen casi 5.000 personas en España, que todavía no tiene cura y que afecta al control sobre los músculos. Javier necesita un respirador 24 horas al día, todavía puede hablar, pero poco a poco va perdiendo la movilidad.

Esta circunstancia ha hecho que esos antiguos alumnos a los que él se entregó y acompañó sean los que ahora se turnen para ir, una vez a la semana, a cuidarle y a acompañarle.

Así reaccionaron los antiguos alumnos de Javier al enterarse de que tenía ELA

Javier tiene ahora 74 años y su vida ha estado siempre ligada a la investigación y la enseñanza. Ha sido Catedrático en las Escuelas de Ingeniería Industrial de Bilbao, San Sebastián y de la Universidad Politécnica de Madrid y, hace 6 años, le diagnosticaron la enfermedad sin que lo esperara, pero lo supo asumir desde el principio con mucha paz y fe: “A lo largo de mi vida he pensado en qué enfermedades podría tener, pero nunca pensé en la ELA. Pensaba en infartos, cáncer, pero la ELA me llegó por sorpresa. Cuando llegó estuve tranquilísimo porque descubrí que era la voluntad de Dios para mí”.

Aunque las investigaciones de Javier han sido muy importantes en el campo de las matemáticas -en 2011 ganó los dos premios internacionales de investigación más importantes de su especialidad- reconoce que, para él, lo más valioso siempre fueron las clases con sus alumnos.

Nicolás estudió Ingeniería Industrial y pertenece a una de las últimas promociones a las que Javier enseñó. Cuenta que ha sido de los mejores profesores que ha tenido nunca y que sus clases eran conocidas en toda la Universidad y que los alumnos se sentaban hasta en el suelo del aula para escucharle: “Era como un partido de Champions en el Bernabéu, en un fin de semana intensos en la época de primavera. Clases abarrotadas, gente subida por las ventanas, pupitres compartidos entre varios e incluso gente tomando apuntes en el pasillo solo de lo que escuchaba, pero no podía ver. Una pasada”.

Una enfermedad que ha sacado lo mejor de todos

La relación con Nico se formó gracias a unas tutorías que Javier se ofreció a dar los fines de semana. Nico también jugaba al fútbol y se apuntó porque necesitaba un pequeño refuerzo, aunque a veces se las saltaba para ir a entrenar y Javier todavía se lo sigue recordando: “Al final en una escuela pública costaba encontrar la cercanía con un profesor porque éramos muchísimos alumnos. Javier mostró mucha preocupación por ayudarnos y nosotros, de alguna forma, lo valoramos. Se convirtió en una amistad que te estoy contando yo, pero somos muchos los amigos de la escuela que tenemos una amistad con él”.

Nico apreciaba tanto a Javier que nunca olvidará el día en el que les contó en clase, que tenía ELA y que tenía que dejar la docencia. En su última clase, los alumnos le llevaron una tuna para que le cantara y se despidieron de él con mucha emoción, entre lágrimas y aplausos. Arturo Ortega, también va cada semana a cuidarle, aunque se le hace duro ver cómo su estado físico empeora poco a poco: “Va perdiendo movilidad poco a poco, la respiración va empeorando, pero va sacando distintas maneras de sobrellevarlo, es muy ocurrente y, aunque con una situación física bastante complicada, sigue alegre y gracioso”.

Arturo le ha ayudado también a programar algunos de los inventos que ha hecho Javier para facilitarse el día a día, como, por ejemplo, avisar mediante la voz que va al baño o que necesita usar el teléfono. Y es que, como él mismodice, no puede dejar de ser ingeniero. Por eso, Nicolás cuenta que, ni aun en esta situación, deja de aprender del que fue su profesor de álgebra: “Con Javier, siempre que salgo de aquí las semanas que vengo a verle, salgo pensando que hay opciones de felicidad detrás de eso. Para mí, Javier, aunque no se pueda mover, sigue siendo el mismo profesor que tenía en la escuela y que andaba por los pasillos de arriba a abajo”.

“A lo mejor es más útil mi vida ahora”

Javier es un ejemplo de cómo vivir la docencia con pasión, como una auténtica vocación. Aunque él no esperara ver los frutos de su dedicación y esfuerzo, la situación en la que se encuentra la ha brindado la fortuna de recibir el cariño de sus alumnos. Y de sentir que su vida sigue teniendo un sentido y un propósito: “Yo no creo que haya tenido mala suerte, creo que es algo que Dios me ha reservado. La experiencia dice que también está siendo bueno para muchas personas que me conocen y quieren. No creo que mi vida ahora sea menos útil que hace 20 años, a lo mejor es mucho más útil ahora”.

La vida cambió en 2016 para Javier García de Jalón. Le diagnosticaron ELA y tuvo que dejar sus clases en la Escuela de Ingeniería Industrial en la Universidad Politécnica de Madrid. Desde entonces, sus alumnos son sus cuidadores. Esta es una historia de auténticas entrega, la de un profesor, Javier García de Jalón, que se entregó al acompañamiento de sus alumnos en cada clase e incluso los fines de semana, y la de sus antiguos alumnos, que se entregan ahora al acompañamiento de su maestro.

Fuente: www.cope.es/programas/la-linterna/

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