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En busca de soluciones para la esclerosis lateral amiotrófica

Los días 30 y 31 de octubre, la Facultad de Medicina acoge el Congreso internacional sobre el ELA que lleva por subtítulo “Nuevos genes, nuevos tratamientos, nuevas esperanzas”.

Javier Fernández Ruiz, profesor de la Sección Departamental de Bioquímica y Biología Molecular y organizador del congreso, considera que la relevancia de este encuentro internacional la marcan los ponentes, que se encuentran entre los más importantes del mundo en los estudios de la esclerosis lateral amiotrófica, “esta enfermedad dramática, que ofrece una esperanza de vida de tres a cinco años”.

Los fármacos existentes no tienen un efecto real sobre el desarrollo de la enfermedad, así que en estos dos días se va a dar la “buena noticia de que se han identificado nuevos genes y mecanismos que pueden explicar la enfermedad, lo que permitirá ofrecer en el futuro soluciones para los pacientes y las familias”.

Margarita San Andrés, vicerrectora de Investigación y Transferencia, está segura de que este congreso será “una gran oportunidad para compartir conocimiento, experiencias y soluciones para esta enfermedad”. Una idea en la que coinciden María de la Luz Cuadrado, vicedecana de Ordenación Académica, y Miguel Medina, director de CIBERNED, uno de los principales patrocinadores de estas jornadas. Cuadrado recordó que Santiago Ramón y Cajal no hacía distinción entre la ciencia teórica y la práctica, y confía en que este congreso reúna esas dos posturas como si fueran una sola.

Javier Fernández Ruiz, informa de que este congreso, creado a iniciativa de la revista British Journal of Pharmacology y organizado por el Instituto de Neuroquímica de la Universidad Complutense, en colaboración con algunos patrocinadores, especialmente CIBERNED, tiene la idea de traer lo más interesante en la investigación en esclerosis lateral amiotrófica (ELA), tanto la clínica como la preclínica. Explica el profesor que “se han encontrado nuevos genes, así que hay nuevas herramientas, nuevos modelos y también la posibilidad de, por ejemplo, dividir a los pacientes en subtipos en función de lo que predomina en su sintomatología o en el origen de su enfermedad, es decir, si empieza por los cambios en la cara, conocido como bulbar, o por la parte de las extremidades.”

Es básicamente un simposio para científicos, no para pacientes, porque la idea es que se pueda avanzar y con el tiempo pueda haber nuevos tratamientos. Aunque hay que tener en cuenta que “en general, en las enfermedades neurodegenerativas hay muchísimas lagunas de conocimiento, y eso incluye a la ELA, aunque ya es la tercera en importancia e incidencia, tras el Alzheimer y el párkinson”.

Enfermedad heterogénea
Explica el organizador del congreso que “todas las enfermedades neurodegenerativas son heterogéneas, con muchísimas diferencias, tanto por cómo empieza, como por la parte cerebral que se deteriora primero, como por el género, el origen geográfico…”. Por eso, la primera conferencia del congreso ha sido la de Orla Hardiman, del Instituto de Ciencias Biomédicas del Trinity College de Dublín, quien impartió su charla por Skype, bajo el título de “ELA: una condición heterogénea”.

De acuerdo con Hardiman todavía no se entiende bien la etología y la patogénesis de esta enfermedad que tiene una incidencia que varía en las diferentes partes del mundo, por ejemplo, en la de origen europeo afecta a 2,6 de cada 100.000 personas. Desde el punto de vista clínico su heterogeneidad se refleja tanto en diferencias por género, edad como lugar de comienzo, y “eso lleva a que se pueda pensar en hacer subgrupos a nivel clínico para separar a los pacientes y así mejorar su tratamiento”.

Javier Fernández Ruiz asegura que “a la hora de la verdad no se sabe si eso va a tener repercusión sobre los tratamientos, porque tampoco se conoce si los pacientes son tan diferentes como para que las compañías preparen terapias distintas, y al fin y al cabo la ELA sigue siendo una enfermedad rara y si se subdividen los pacientes lo más probable es que a las empresas no les interese económicamente su desarrollo”.

Hardiman coincide en que la dificultad es cómo llevar esa heterogeneidad clínica a los ensayos, porque a día de hoy es un reto saber cómo va a desarrollar cada persona la enfermedad. Una de las posibles salidas es utilizar modelos predictivos como el denominado ENCALS, que incluye muchos parámetros para intentar hacer una predicción lo más acertada posible.

Por si esto fuera poco existe también una heterogeneidad genética, más allá de la biológica, ya que se han descubierto algunos genes que provocan más de un fenotipo clínico y se conocen también los efectos de supervivencia en genes individuales, ahora “falta por ver si estos son los que provocan las diferentes formas de la ELA”.

Lo más probable es que haya también una importancia en el origen ancestral, dependiendo de las regiones geográficas, por la prevalencia de determinados genes, que están más implicados en ELA, y de ese modo “hay zonas del mundo con menos prevalencia de la enfermedad, como las que tienen orígenes mixtos”. Según Hardiman “se calcula que un 1% de la población mundial tiene más de una variación genética relacionada con la ELA”.

Existe también un probable solapamiento entre la ELA y otras enfermedades como psicosis, autismo, desorden bipolar…, “aunque no se conocen tampoco las vías por las que esto ocurre, pero parece que existe una correlación entre los cambios en las redes de conectividad neuronal con los problemas fisiológicos, al menos según los estudios realizados con electroencefalografía”.

La conclusión de la conferenciante es que la ELA es un síndrome totalmente heterogéneo, que se pueden usar modelos de predicción para separar a los pacientes en grupos que respondan mejor a los ensayos clínicos, que las variantes genómicas contribuyen a esa heterogeneidad, y que hay nuevas herramientas neurofisiológicas que pueden aportar subclasificaciones adicionales basadas en patrones de disrupción de las redes.

Fernández Ruiz confía en que el descubrimiento de nuevos genes abra nuevas perspectivas para terapias, y por ejemplo, su propio equipo que trabaja con cannabinoides, está haciendo progresos en esa línea. Recuerda el organizador que en la actualidad sólo existe un fármaco, que “salió en 1995 y que es muy pobre, porque aumenta la esperanza de vida en seis meses, lo que no está mal desde un punto de vista porcentual, pero aun así sigue siendo poquísimo”.

El profesor complutense cree que se siguen necesitando nuevas terapias, porque los fármacos que se han aprobado en los últimos tres años siguen la estela del de 1995. Por ejemplo, uno de los fármacos aprobados lo ha hecho en Japón y no está claro si va a servir para otros habitantes del mundo, ya que como ha explicado Hardiman existen muchas variaciones de tipo geográfico”.

Los investigadores son conscientes de que todavía queda un largo camino para conseguir acabar con esta enfermedad, pero confían en que congresos internacionales como este puedan ayudar en ese deseado objetivo.

Fuente: Tribuna